Este verano, los primeros días de agosto, hubo un incendio en Robledo de Chavela, en donde mis padres tienen una casa y pasan todo el verano. Pudimos ver el incendio desde el jardín desde su inicio, y asisitimos con preocupación a su propagación, que amenazaba tanto a Zarzalejo y Fresnedillas de la Oliva, como a Robledo y nuestra casa. Hubo un momento en que temimos que nos desalojaran, el fuego estaba cerca, y un cambio del viento habría supuesto un peligro cercano y real para muchas viviendas.
El fuego, que duró todo el día y toda la noche, arrasó 1.000 Hectáreas de monte, 10 Km cuadrados, osea, 10 millones de metros cuadrados.
Nunca había vivido un incendio de cerca, y no es nada agradable pese a la espectacularidad de ver avanzar una fuerza como el fuego de forma descontrolada, quemando todo a su paso. La inmensidad de su potencia te hace sentir vulnerable, impotente, diminuto.
Dos días después de apagado y controlado el fuego, decidí acercarme a ver cómo había quedado el campo tras el incendio. El suelo aún estaba caliente, un polvo de ceniza finísimo y gris se levantaba a cada paso. Un sentimientro de tristeza te inunda, te sobrecoge. Árboles calcinados con troncos negros, matorrales de los que sólo quedan frágiles ramas negras, piñas solitarias que destacan en ramas que ya no tienen hojas por donde repirar. Ceniza, mucha ceniza. Un paisaje en blanco y negro a plena luz de un día caluroso de agosto se destaca en contraste con el cielo azul. Y enmedio de todo, un esqueleto, probablemente de un ciervo o un gamo, comunes en la zona.
Por suerte, el viento empujó el fuego y pasó tan rápido que se ve aún el rastro en algunos árboles, que presentan sólo una cara quemada. Quizá no les diera tiempo a las raices de quemarse y puedan regenerarse pronto.
El paisaje te deja mudo, el viento apenas suena porque no hay hojas que le ofrezcan resistencia. Las pisadas se hunden en la ceniza blanda, nada cruje. Una lagartija se asoma y no encontrará nada que comer en muchos metros a la redonda. Hay mucho silencio. Pasado un rato siento la necesidad de irme, de salir de ahí. He hecho muchas fotos. Me gustaría enseñarlas y tratar de que la gente vea lo que pasa cuando el campo se quema. Lo que pasa cuando te comportas de forma imprudente sobre una moto, lo que pasa cuando no cuidamos el planeta sobre el que vivimos.
Cuando el campo se quema, se quema un pasado, una historia.
Cuando el campo se quema, se quema el presente, se quema la vida, el hogar de muchos animales, el nuestro.
Cuando el campo se quema, se quema el futuro, la vida que no prosperará, lo que no crecerá, lo que no nacerá.